[...] Qué importa si morimos allí bajo el peso de penas incompresibles y decenios otorgados como si fueran caricias destinadas a la bestia del orden, tendremos nuestro «hogar». Nuestro «dulce hogar». Hemos pasado de la época de la fosa común a la de la tumba en la que el sujeto numerado, marcado, al vacío, duerme solo. Solo. Y en nombre del progreso carcelario, la vida cotidiana se consume en la epidermis de la celda: la mesa, la silla y el tigre, la tele y también la ducha, pronto el teletrabajo... Lo cotidiano adquiere aquí una resonancia de catedral. El prisionero está aún más solo. Solo. Solo cuando cocina, cuando bebe a sorbitos su café soluble, cuando se lava, cuando espera sentado en una silla de plástico gris, cuando enjuaga la colada, cuando sueña. Esa intimidad contaminada es una forma de control sobre el aislado. Se convierte en el pretexto para destruir cualquier ápice de sociabilidad, de relación con los demás, de entender que se es un protagonista múltip...
¿Quién eres tú, muchachita sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto? Soy la anarquía. Emile Armand