No estamos para encauzar a los hombres, amontonándolos a un punto de orientación, de acuerdo con nuestros modos de ver, personales. Esto, que cumple completamente a todos, todos los caudillos, no cumple nunca a los anarquistas. El caudillismo no sólo es malo por lo que concreta a la tiranía, sino que es peor por lo que disuelve, para sumárselo a sí, a los demás, que no tienen personalidad distinta y fuerte contra las sugestiones.
No. Lo que queremos es revelarle a cada uno su propio origen, hacerle luz en todas las caras de su medalla. Y sobre todo, los anarquistas, aparecer consecuentes con la Anarquía. Esto sólo dispone más voluntades para la revolución que cuanto se haga para sumarse los otros a uno; aunque uno sea el Revolucionario.
No hay que creer que los más grandes agitadores del pueblo lo son, lo fueron, por lo que sugestionaron, hasta enceguecerlas, las multitudes. Ésta es una calumnia histórica, como tantas. Lo
son, lo fueron, por lo que llevan en sí una doble luz: bajo una se muestran ellos, cabales; con la otra alumbran a los demás, les ponen de manifiesto sus propias fuentes de fuerza. Y extraen, de lo que era pueblo, chusma y masa, hombres de acción, distintos y voluntarios.
Para nosotros cada hombre es un valor real. De él puede extraerse un aporte que servirá, cuando
menos, a su vida. Y cuando más –¡piensen esto los caudillos!– un compañero.
El caudillismo puede ir hasta la revolución. Pero nosotros queremos ir, también, a la Anarquía.
Porque somos anarquistas...
Pacheco
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