¡Ah! Mira, desgraciada, mira todas estas gentes honradas
que devuelven por la boca el exceso de comida con que se
atragantaron. Éstas son las personas virtuosas que profesan
una moral rígida. Están casados también; sus juergas han recibido
la sanción legal y el sello divino; también los monos deformes
que ellos engendran son de una cualidad superior a la
de los demás. Míralos: éste de aquí tiene toda una progenitura
en la ciudad; el otro se hace fabricar sus herederos por el vecino
de encima; el señor y la señora “X” se arañan diariamente;
aquéllos están separados, éstos divorciados; este vejete compró
a buen precio a esa hermosa muchacha; este joven se casó
con esa vieja por su dinero; en cuanto a aquel matrimonio de
allá, todos saben que prospera, a pesar de ser tenido por modelo,
gracias a las escapadas de la esposa y a los ojos,
complacientemente cerrados, del marido. Y es, quizás, el menos
repugnante de todos, puesto que, al menos, esos dos se
entienden perfectamente. Pero todas estas gentes son honradas;
todas ellas se han hecho inscribir. Sus porquerías han recibido
el visto bueno del hombre de la banda tricolor y del hombre
de la sobrepelliz. Por eso son bien recibidos en todas partes,
mientras que las puertas se cierran para aquellos que han
cometido la torpeza de amarse lealmente, sin número de orden
y sin ceremonia alguna. ¡La cámara nupcial...!
Rene Chaughi
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